El 1 de agosto de un año cualquiera, Francisco encuentra casualmente un viejo álbum familiar de fotos. Después de pasar unas cuantas páginas, comienzan a agolparse en su cabeza cientos de imágenes que lo trasladan a algunas de «aquellas maravillosas vacaciones» de verano que pasaba solo o en compañía de otros, y que fueron el escenario por el que discurrió su impetuoso tránsito de la edad de la inocencia a la de la incipiente madurez. Apegado a ese álbum familiar, comienza a sentir la necesidad de dejar constancia escrita de todos esos recuerdos emocionales, no sea que se desvanezcan y ya no se acuerde de cómo fueron esos momentos que jamás debió olvidar.