El sol parecía oro fundido, iba desapareciendo entre los árboles, era de noche y seguían los cánticos y las danzas entre luces y sombras fantasmagóricas. Micha, después de muchas horas escuchando los ruidos, empezó a sentir sueño.
En tantas horas no había comido, tampoco tenía hambre. De repente notó que los tambores se iban alejando, hasta que dejó de oírlos y empezó a ver unas imágenes multicolores de transición, que se fundían en una espiral que giraba cada vez con más rapidez y se deshacía en una luminosidad azulada, cada vez más clara, hasta aparecer un cielo limpio, en un mar de copas vegetales de un bosque rodeado de campos idílicos que parecían jardines cuidados, con árboles, arbustos y otras plantas en plena floración, formando un paisaje de primavera paradisíaco y un río con amplios meandros...
Fragmento de Eyanghá,
Barón Ya Búk-Lu