Granada. Miércoles 27 de abril de 2016. 2:30 de la madrugada. Acodado en la pasarela peatonal que cruza el Genil, Lucas permanecía absorto en el silencioso discurrir de las aguas del río. Era el lugar y la hora que él prefería para realizar, en la quietud de la ciudad dormida, su ritual revisión: qué había hecho bien ese día y qué podía mejorar en el que apenas comenzaba. En líneas generales se consideraba satisfecho, a sus 42 años había alcanzado una estabilidad profesional y familiar que él mantenía cuidadosamente: licenciado en Letras, respetado periodista deportivo del diario La Opinión y colaborador de dos o tres importantes diarios nacionales, protagonista del programa nocturno de un canal de televisión, felizmente casado y padre de dos hijos, de neutralidad política celosamente mantenida, se sentía reconocido con el lugar que ocupaba, modesto pero indiscutible, en la sociedad granadina; no le pedía a la vida mucho más. Si había un rasgo que le definiera era el de ser irreductiblemente metódico, odiaba la improvisación; todo controlado, nadie más renuente a la aventura que él? Pero? ¡Un momento! ¿Qué