Cuando se cumplen siete años del inicio de la injerencia extranjera en Siria, con el fin declarado de derrocar al presidente electo, y poner en su lugar un gobierno ahormado a los intereses de las potencias occidentales –o vasallas de Occidente –cabe echar la vista atrás y analizar lo que ha sido esa guerra impuesta, las terribles consecuencias que ha tenido para el pueblo sirio, para su patrimonio, para su futuro en paz. Un país truncado, cercenado, tan sólo por la ambición desmedida y los intereses espurios de países que se denominan a sí mismos desarrollados.
Es difícil comprender la guerra en Siria en su totalidad porque nos encontramos con menos de cuatro guerras solapadas unas sobre otras; y las más antiguas hunden sus raíces en cuestiones irredentas y dilatadas en el tiempo.
Por ello, el esfuerzo de los autores de arrojar luz y de enfocar adecuadamente lo que ocurre en ese rincón del Mediterráneo, ya que nos va mucho a todos. Y es que es para ruborizarse el tratamiento que la "prensa-niñera” occidental, con sus periódicos y sus telediarios, ha dado a esa agresión de un estado soberano.
A día de hoy, con el ectoplasma de Estado Islámico desaparecido de la escena, la guerra en Siria ha mutado. Nuevos actores que estaban entre bambalinas, como Israel, Arabia Saudí o Hezbolá, acuden a la escena, y el conflicto adquiere perfiles mucho más peligrosos.
De hecho, la nueva fase del conflicto sirio puede arrastrar a la región entera a la guerra, con consecuencias imprevisibles y funestas, amenazando con extenderse a otros países como Líbano, Palestina y sobre todo Irán, objetivo último e inconfesable.